Hubo una vez en la que los escritores no eran cuasi celebridades. Nadie sabía de sus vidas privadas, apenas alguna foto de mala calidad ofrecía un puñado de señas particulares. Dedicarse a escribir y a publicar era un oficio remoto, hasta que los autores se encontraron con la espectacularización del yo y nacieron los escritores performáticos.
Actualmente, buena parte de la venta de libros (omito la calidad literaria) se garantiza con la performance del autor en sus apariciones públicas, incluidas las redes sociales. El antiguo y perenne autógrafo devino en dedicatoria, luego en fotografía, y ahora llega en forma de historias de Instagram: el autor comparte las fotos que suben los lectores de su último libro. Un honor.
Algunos pocos explotan a fondo lo performático y protagonizan eventos