La vida de Henry como la de muchos, es un mapa de transiciones. La jubilación trajo un silencio que los viajes no logran llenar, y ahora, la partida de su padre —su faro y compañero— lo deja anclado en un dolor que se arraiga en lo más profundo de su ser. Pero, esta angustia no es solo emocional: investigaciones recientes demuestran cómo el duelo literalmente se instala en el corazón y los intestinos.

El cerebro de Henry pasa por una tormenta bioquímica. El estrés crónico eleva sus niveles de cortisol, lo que desencadena una cascada de efectos. El nervio vago, esa autopista neural que conecta mente e intestino, se ve comprometido. En condiciones normales, este diálogo constante entre ambos “cerebros” regula desde el estado de ánimo hasta la digestión. Pero, cuando el cortisol interrumpe e

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