Todos hemos experimentado ese “¿por qué lo hice?”, que nos atormenta después de una decisión equivocada. Esas horas o días en que desearíamos retroceder el tiempo para elegir distinto, cuando deberíamos pensar en que nuestra “metedura de pata”, puede resultar la mejor opción para crecer. Errar no es un defecto de fábrica: es una prueba de que estamos vivos, de que nos atrevemos a decidir y avanzar.

¿Qué pasaría si aprendiéramos a ver los errores no como fracasos, sino como bendiciones disfrazadas? Cada tropiezo es un camino alterno que nos coloca frente a aprendizajes imposibles de obtener en la comodidad de la certeza. Edison lo entendió bien: mil intentos “fallidos” no fueron derrotas, sino parte esencial del hallazgo de la bombilla.

Claro que fallar duele. Puede minar nuestra autoesti

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