En diciembre de 1989, Estados Unidos invadió Panamá y derrocó a Manuel Antonio Noriega, el dictador militar que había pasado de aliado estratégico a estorbo incómodo para Washington. Aquel episodio marcó el fin de un ciclo de dictaduras latinoamericanas que, como piezas de ajedrez, se movían al ritmo de intereses externos. Sin embargo, en el relato de los vencedores rara vez se escuchan las voces de los mártires locales: aquellos opositores, periodistas y líderes civiles que, antes de la intervención, pagaron con su vida la osadía de oponerse a un régimen corrupto y sanguinario.
Entre ellos, se recuerda a Hugo Spadafora, médico de origen italiano-panameño, brutalmente asesinado y decapitado en 1985 por órdenes del aparato represivo de Noriega, convirtiéndose en símbolo de una resistencia