Por: Ericka Contreras Pérez

Hay historias que se quedan grabadas para siempre, no porque queramos recordarlas, sino porque nos obligan a reconocer lo mucho que duele la indiferencia.

En la adolescencia tuve una amiga con quien compartí colegio, risas y complicidades propias de la preparatoria. Era alegre, sensible, con una curiosidad enorme por aprender y con características físicas que podríamos encajar en muy atractivas. Un semestre ya no regreso, sus papás habían descubierto tenía novio y decidieron enviarla a la pequeña ciudad donde viviría con sus abuelos.

Ahí su vida cambio. Pasó un tiempo hasta que, de manera inesperada, me llamó. La escuché llorar y entre sollozos me confesó que había un video de ella donde aparecía con varios hombres, compañeros de su nueva escuela. Su dec

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