Hay momentos en que te preguntas para qué quieres aquel gallo de madera que trajiste de Lisboa, aquella gusla de una cuerda comprada en la antigua Yugoslavia, las variadas ediciones de El Quijote que nunca lees y una caja llena de monedas que no coleccionas. Y te entran, de remplón, unas ganas tremendas de luchar contra el apego a los objetos. Son momentos críticos en los que te juegas el pellejo, porque no es fácil discernir el apego lógico a lo material y el apego patológico, que te hace guardar tarros de cristal sin que nadie lo sepa.
Recuerdo que le pregunté a Fernando Díaz Cutillas, presentador y alma del programa Tenderete, dónde se guardaban los incontables obsequios que recibía. Más de una vez me atreví a bromear sobre un supuesto almacén, destino último de tanto regalo. Eran pequ