La confrontación política ofrece tantas posibilidades de mentir y en ocasiones lo recompensa hasta tal punto que parecería que quien dice la verdad o es un ingenuo o no se le ha ocurrido ninguna mentira mejor. Eso que llamamos con tanta generosidad “comunicación política” es tal barullo de inexactitudes, falsedades, bulos, opiniones infundadas, simulaciones y engaños que parece lógico el deseo de llamar a la verdad para que ponga orden y restaure una objetividad perdida. Esta nostalgia, tan comprensible, nace de no haber entendido el papel de la verdad en política, más bien modesto, y la correspondiente función de la mentira. Si planteo un diagnóstico alternativo sobre esta cuestión no es para disculpar a nadie, menos aún a los mentirosos, sino para que podamos entender la racionalidad de

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