Dos semanas antes de comenzar las clases, llamémosle Zaida, profesora de secundaria básica en un barrio pobre y duro al sur de La Habana, fue citada para una reunión en la sede municipal del Ministerio de Educación. “Me dijeron que había sido elegida para ser directora de la secundaria. Acepté por ingenuidad. Cuando recorro las aulas, noto que a muchas mesas escolares le habían robado los tableros de madera para usarlo como leña. A la mañana siguiente estaba la policía, porque se habían robado tres computadoras viejas, un televisor y una docena de bombillos”.
“El instructor policial quiso imputarnos un auto robo a mí y al custodio. A partir de ese momento, cada día se presentaba un problema distinto. Los maestros que debían comenzar el nuevo curso se marchaban a trabajar en negocios priva