Imagino a menudo esta isla hace más de quinientos años. La brisa salada del mar, las velas desplegadas al viento, los sueños que partían desde nuestras costas hacia lo desconocido. La Gomera fue entonces puerto de despedidas y de esperanza, y hoy sigue siendo un lugar desde el que tender puentes hacia el mundo. Esa es, precisamente, la esencia de las Jornadas Colombinas: no quedarnos atrapados en el bronce de la historia, sino usarla como espejo para interrogarnos sobre nuestro presente.

Vivimos tiempos convulsos. Europa sangra en Ucrania, Gaza clama entre ruinas, y millones de seres humanos huyen del hambre, de las guerras, de la exclusión. Los organismos internacionales muestran su fragilidad, incapaces de responder a la altura de la dignidad humana. Ante esa realidad, no podemos callar

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