El extranjero estaba en los nombres de ciudades serigrafiados en el cristal iluminado de la radio, en el atlas escolar, en los mapas de las paredes de la clase, en el pequeño globo terráqueo de yeso que se regalaba a los niños o se colocaba en mesa de las fotos escolares, en las pantallas de los cines, en los tebeos, en los libros de Salgari, de Stevenson, de Sabatini, de Rider Haggard o de Julio Verne, cuya obra se publicó bajo el título genérico de Viajes extraordinarios. El mundo era pequeño y propio, no ancho y ajeno como aquel al que destierran a los comuneros indígenas en la gran novela de Ciro Alegría. Era abarcable y familiar: se conocía y nos reconocía. Cautivos y a la vez cautivados por ese mundo propio, se soñaban los mundos extranjeros de la radio, los atlas, los mapas, el glob
También viajan las maletas

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