La nacionalidad suele ser motivo de orgullo porque define la identidad de las personas y hace derivar de ella los derechos de éstas. No quiere decir esto que antes del siglo XIX no hubiera identidades, sino que adoptaban formas muy distintas a las naciones que hoy conocemos.

Y por supuesto desde siglos atrás existía la identidad española, fruto de la Historia. Tras mil años de encuentros y convivencia, muchos a ambas orillas del Atlántico y el Mediterráneo, quinientos de Estado integrador, y doscientos de vertebración se han establecido suficientes lazos familiares y culturales como para que España pueda leer su historia sin llanto, sin necesidad de escarbar en la tumba de los Reyes Católicos o enrocarse en El Escorial cada vez que nacionalistas vascos y catalanes nieguen su existencia.

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