Ciudad de México.- El cuento inicial de hoy es sicalíptico en superlativo grado. Las personas aquejadas por escrúpulos de moralina deben abstenerse de leerlo. En su lugar pídanle a alguien que se los lea. Un joven varón fue a un spa. Buscó la sala de masajes y se acostó en un camastro cubierto solamente -el joven varón, no el camastro- por una pequeña toalla colocada sobre la región de la entrepierna. Entró la masajista, voluptuosa mujer en flor de edad. Tenía tez morena, verdes ojos, cabellera bruna y un cuerpo capaz de poner en riesgo cualquier voto de castidad. Empezó la irresistible fémina a masajear al joven varón, que estaba tendido en decúbito supino, o sea sobre la espalda. Le dio masaje en el tórax, después en el abdomen, y fue bajando las manos en tal forma que provocó una conm

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