Mi padre, Juan Correa, creció entre las paredes del Seminario “Nuestra Señora del Socorro” en La Pastora, Valencia. Ingresó en 1942, de la mano del joven sacerdote Julio Segundo Álvarez, a quien siempre consideró su guía paternal. De esos años, nos legó un sinfín de anécdotas que en casa escuchábamos una y otra vez con fascinación, especialmente las que envolvían a un peculiar personaje: el cocinero español, refunfuñón y bromista, de cuyo nombre no logro acordarme.

Una de sus historias más oscuras (y que durante años me hizo mirarlo con recelo) fue la misteriosa desaparición de los gatos del seminario y la súbita aparición en el menú de un suculento “conejo al salmorejo”, un guiso típico de las Islas Canarias. Todos comieron felices, ignorando el verdadero origen del manjar.

La conexión

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