HAN PASADO cuarenta y dos años, nada más y nada menos, desde aquel verano de 1983 en que entró en vigor la jornada laboral de 40 horas semanales. Y, sorprendentemente, los argumentos que hoy escuchamos de parte de las organizaciones empresariales y de determinados sectores son los mismos de aquella España de daba sus primeros pasos en democracia: que España y sus empresas se verían ‘seriamente perjudicadas’. La realidad, tan tozuda como siempre, demostró lo contrario: ni se hundió la economía, ni quebraron las empresas; al contrario, crecimos, modernizamos nuestra democracia y nos desarrollamos como una de los países más avanzados de Europa y el mundo.
España es hoy mucho mejor de lo que algunos quieren reconocer. Desde 1983 hemos dado pasos de gigante en todos los ámbitos, y nadie puede