No hace tanto, en los años 60, la familia de un joven que se suicidó en una pequeña aldea gallega tuvo que ocultarle en casa , trasladarle a la cama y fingir que había fallecido de una enfermedad repentina. Todo por poder darle un entierro cristiano y evitar que cayera sobre su hogar el pesado manto de la vergüenza y el oprobio social.
Lo mismo ocurría en Andalucía y en cualquier rincón de España. Quienes se quitaban la vida recibían sepultura en muchas ocasiones en un espacio separado del cementerio , conocido como corralito, sin dejar ningún rastro ni señal de dónde reposaban.
La Iglesia católica, tradicionalmente , ha considerado el suicidio como un grave pecado que implicaba la condenación eterna . Se consideraba que quien lo cometía atentaba contra el don de la vida que otorg