El amanecer del martes en Melenara estaba envuelto en la calma habitual de un paseo matinal. Pero entre esa rutina costera, se tejía una escena que a punto estuvo de terminar en tragedia. Una mujer, de 51 años , caminaba acompañada de su fiel compañera, Aika , una perra de asistencia. Nadie imaginaba que en cuestión de segundos, el cuerpo de la mujer comenzaría a fallar, y que su vida dependería de la reacción de un animal.

Una crisis de hipoglucemia —silenciosa, traicionera, letal— se apoderaba de ella. Sus fuerzas se desvanecían, su mente se nublaba, y su cuerpo, sin señales claras para los ojos humanos, comenzaba a desplomarse. Pero Aika lo supo. Lo olió. Lo sintió. Y actuó.

La mayoría habría pensado que era solo un perro ladrando al viento. Pero los agentes de la Policía Na

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