Al entrar en mi casa, se ven libros por todos los lados. Quizá porque soy un poco desordenada, pero también porque son como un habitante más de la casa y ocupan su espacio por derecho propio. Ahora mismo están por ahí un par de ellos que me acaba de dejar una amiga, seguramente porque le han encantado y quiere compartir conmigo ese goce indescriptible que proporciona una buena lectura. Encima de la mesilla de noche suelo tener un par de ellos más. Estos son de alto voltaje, uno siempre de poesía y otro de cuentos cortos. El de poesía de este momento es de Francisca Aguirre y lo tengo hecho polvo porque lo dejé olvidado en la huerta y vivió algunas jornadas de fresco rocío entre sus páginas abiertas de par en par. Luego está el del club de lectura; ese lo tengo siempre encima de la mesa de
Letraheridos

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