La corrupción suele presentarse en los discursos oficiales como un mal accidental, una desviación de individuos que traicionan a sus instituciones. Sin embargo, es más bien como un mecanismo estructural de reproducción del poder. La corrupción es como un camaleón: cambia de colores según el régimen político en turno, puede reducirse casi a nada pero nunca desaparece. Es siempre latente en los regímenes autoritarios, la corrupción se ejerce sin pudor, como una extensión del derecho de conquista. Las dictaduras latinoamericanas del siglo XX —Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, Videla en Argentina o Somoza en Nicaragua— convirtieron al Estado en patrimonio privado. El tráfico de armas, las concesiones de recursos naturales y el control de las aduanas se repartían como mercedes feudales
La corrupción, camaleón político

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