Fue en la década de los años 70 del pasado siglo cuando en un pequeño establecimiento comercial de Santiago se diseñó uno de los sistemas de altavoz más singulares de los que nunca se hayan fabricado en el mundo y que, como una Escultura Sonora, "fue concebido como un sistema pasivo de alta fidelidad, construido con precisión artesanal y una comprensión profunda de la física del sonido", según se recoge en el folleto de promoción de un sistema de reproducción de sonido que tiene su base en los tubos del gran órgano de la Catedral de Santiago.
El establecimiento era el de Electrónica Portela Seijo, a cuyo frente estaba Juan, responsable del diseño de un altavoz que parte de una idea tan sencilla como radical: aprovechar las propiedades resonantes del aire contenido en tubos de distinta lo