La semana pasada cayó el último símbolo de lo que fue el corazón del antiguo fundo San Jorge. Pasaron máquinas por la cancha derribando árboles, arcos y galerías de metal. Las últimas casas de material sólido, con baños, chimenea y ventanas de vidrio que en su época fueron símbolo de prosperidad, corrieron la misma suerte.
No fue solo tierra la que removieron; fue memoria e historia. Su ruido apagó el latido de lo que alguna vez fue un pueblito vivo y orgulloso de sí mismo. El último refugio de gente que supo de trabajo digno y de comunidad.
Entre las líneas de cal se jugaron partidos que nadie registró en un libro, pero que aún resuenan en quienes los vivieron. Fue allí donde los vecinos se juntaban a conversar, a compartir el pan, las alegrías y las penas. Donde el sonido de un silbato