Estos días se cumplen diez años de la publicación de un informe de ámbito universitario en el que se acusaba a Volkswagen de utilizar un software para enmascarar las emisiones de sus vehículos. La noticia salió un sábado por la tarde y no llamó la atención. Apenas media columna en los periódicos que la recogieron en un esfuerzo por abrir las apretadas aguas de la información dominical. A nivel informativo, no era más que una bolita de nieve que se desprendía de las gélidas y aburridas cimas de la información empresarial. Solo que la bolita fue engordando al rodar por la pendiente hasta provocar en pocos días un alud que amenazaba con sepultar la industria alemana de la automoción. Con el tiempo, otros fabricantes y proveedores alemanes como BMW o Bosch se vieron implicados de forma
Diez años del dieselgate, una oda al gamberrismo alemán

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