Por décadas, Chile ha sido celebrado como un ejemplo de modernización en América Latina. Un país que logró sortear crisis políticas y económicas, que lidera rankings de competitividad y que luce orgulloso su infraestructura, su conectividad, su estabilidad financiera. Sin embargo, como advertía Gonzalo Vial hace casi treinta años, este desarrollo tiene un reverso que pocos se atreven a mirar de frente: el país secreto. Ese que duele, que sangra, que se expresa con rabia contenida cuando nadie lo espera.

“Nos convertimos en un país rico, pero poblado por gente pobre”, dice Daniel Mansuy, retomando a Vial. Esa es quizás la frase que mejor sintetiza esta contradicción profunda: la de una modernidad coja, desequilibrada, que avanza a dos velocidades. Por un lado, tenemos la telefonía más avan

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