La mañana del 19 de septiembre de 1991 , los excursionistas Helmut y Erika Simon , de Núremberg, descendían por una ruta alpina desde el Finailspitze, en los Alpes de Ötztal, en la frontera entre Austria e Italia. Rodeados por un paisaje glaciar, se toparon con una mancha marrón sobresaliendo del aguanieve . Al acercarse descubrieron que no se trataba de un objeto inerte, sino de un cuerpo humano congelado .

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Convencidos de que era un montañero fallecido años atrás, dieron aviso al guardián del refugio y a las autoridades. Los primeros intentos por liberar el cadáver fueron toscos: una perforadora neumática dañó parte de su cadera izquierda. Nadie imaginaba aún que no estaban ante un accidente reciente, sino ante el hallazgo arqueológico más impactante de Europa

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