Los títulos de este díptico y sus tapas –visualmente hermanadas o hermanables– piden inquisición a gritos: quien maneja es el varón, vista al frente. Ellas caminan; leves en sus sonrisas, por la vereda, desenfocadas. Él –único, total, motorizado– va al volante. Ellas no: andan dispersas en su pluralidad. Tamaña lectura semiótica, sin embargo, no se cumple en interiores.

El hombre de Un hombre parece, en principio, asible: es el proverbial tuerca argentino, dueño de una constructora; silencioso, aburrido de su familia, clásicamente insatisfecho, cautivo sensual de “los perfumes densos de la nafta, de los aceites, de los metales, de las gomas y de ese sudor que se filtra por las juntas”, que emanan de su pequeña colección de autos. Hasta que algo cambia cuando decide edificar –en el ter

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