Los niños son los arquitectos más genuinos de la paz. No porque comprendan las complejidades de la política ni porque tengan respuestas a los grandes dilemas de la sociedad, sino porque en su inocencia y creatividad descubren un camino más puro, más honesto, más cercano a la verdad. Allí donde los adultos a veces ven fronteras, conflictos o diferencias irreconciliables, los niños ven posibilidades, juego y encuentro.

Hoy, en un mundo que sigue debatiéndose entre tensiones, crisis y conflictos, es esperanzador que existan espacios donde las voces más jóvenes sean escuchadas y donde sus manos, a través del arte, encuentren la forma de expresar aquello que los mayores olvidamos: que la paz comienza con gestos pequeños, con colores, con palabras sencillas y con la capacidad de imaginar un mañ

See Full Page