
Julian Schnabel llegó al set del Lido, directo de la rueda de prensa de su última película En la mano de Dante . Lo hizo con el estilismo propio del artista que es, con el carisma del que nunca ha seguido los protocolos. Bermudas, chaleco de cuadros, bambas negras; una mezcla imposible y, sin embargo, natural en él. Generoso, habló en un español aprendido en su infancia y reforzado durante su segundo matrimonio con la madre de sus gemelos.
Schnabel, incluso en un festival tan solemne como Venecia, sigue siendo libre. Formado en el Whitney Museum of American Art , irrumpió en la escena artística con sus plate paintings , lienzos realizados sobre fragmentos de cerámica rota que lo situaron en el centro del arte contemporáneo en los años ochenta.
Esos cuadros, a medio camino entre ruina y monumento, lo convirtieron en millonario y maldito al mismo tiempo. Obras como The Sea o The Patients and the Doctors alcanzaro n cifras millonarias en subastas y hoy se exhiben en los principales museos del mundo, desde el MoMA hasta el Tate Modern . Su estilo, monumental y visceral, consolidó su reputación como uno de los artistas plásticos más influyentes de su generación . Nadie pintaba como él la pretensión de eternidad en cada fragmento roto.
Esa vocación de ir contra corriente la supo trasladar también al cine. En 1996, debutó con Basquiat , un retrato íntimo de su amigo J ean-Michel Basquiat , al que seguiría Antes que anochezca , en 2000, con Javier Bardem interpretando al poeta Reinaldo Arenas , nominada al Óscar. En 2007 rodó La escafandra y la mariposa , aclamada en Cannes y candidata a cuatro premios de la Academia. Obras que confirmaron que su talento visual y narrativo era capaz de cruzar fronteras entre disciplinas.
En esta conversación previa a la proyección, Schnabel explica su concepción del cine con frases que destilan su autenticidad: «El cine nos permite entrar en el sueño», dice.
Como ejemplo, evoca a Marlon Brando —»cuando lo vemos en pantalla, vive»— o al poeta Reinaldo Arenas, interpretado por Bardem. Subraya que no quiere hacer lo mismo que todos, ni construir un discurso académico. «Una pregunta clave en esta película es: ¿cuánto vale algo como esto ( La Divina Comedia )? La respuesta es que no hay algo parecido. Eso mismo hago yo. Hago arte que no tenga nada parecido».
Confiesa que no concibe las vacaciones: «Soy feliz trabajando». Ve arte en todas partes, incluso en las manchas, en los monstruos que parecen emerger de ellas, en los detalles que para otros pasarían inadvertidos. Esa obsesión (casi patológica) de no descansar, de leer signos donde otros ven despojos, es lo que mantiene viva su fiebre inagotable de crear.
En la mano de Dante , gestada durante 15 años, es quizá su apuesta más ambiciosa. En ella, alterna un presente en blanco y negro —concebido como purgatorio— con un pasado en color en el que Dante (reencarnado en pleno siglo XXI) atraviesa infierno, el purgatorio y culmina en una ascensión que roza el cielo. Con localizaciones que viajan de Venecia a Sicilia, Florencia y Nueva York , la película se convierte en un atlas tanto moral como geográfico .
La fotografía, de gran potencia plástica, y la música hipnótica de Benjamin Clementine se combinan con un reparto estelar: Oscar Isaac , en una interpretación de una intensidad que basta para sostener por sí sola la película, Gerard Butler, Gal Gadot, Jason Momoa, John Malkovich, Al Pacino y la gran sorpresa, Martin Scorsese , que aparece por primera vez delante de la cámara, además de ejercer de productor ejecutivo.
Eso sí, vaya usted sin prisas. No es una película para impaciente s. Dura casi dos horas y media y exige del espectador disciplina. Pero la recompensa —un trance contemplativo y poético— es de esas que permanecen mucho después de los créditos.
El riesgo y la luminosidad, la densidad y el exceso, definen esta obra.