
Esta mañana abrí Facebook y allí estaba, el recordatorio de cumpleaños de una amiga que falleció hace doce años. No ha sido una sorpresa, porque yo lo sabía. Pero sí me generó una sensación extraña ver cómo, año tras año, la plataforma insiste en traerla de vuelta a la rutina diaria de notificaciones, como si el tiempo no pasara por ella.
Lo que esconden los perfiles que nunca se cierran
He entrado en su perfil, quizá por curiosidad, quizá por nostalgia. Lo que he encontrado me ha dejado pensando. Mensajes recientes de felicitación, escritos con la alegría habitual de quien cree que al otro lado hay alguien que recibirá el saludo. Un simple “¡Feliz cumpleaños!” cargado de ingenuidad, que mostraba claramente que esas personas no sabían que ella había fallecido.
Entre esos mensajes aparecían también otros muy distintos, palabras de recuerdo, fotos antiguas, homenajes escritos con el corazón de quienes sí eran conscientes de su ausencia . Y ahí estaba la contradicción, visible en un mismo muro: unos celebraban la vida, otros lloraban la pérdida.
La vida digital tras la muerte
La verdad es que me ha impresionado esa dualidad. Las redes sociales, que nacieron para conectar a los vivos, se han convertido también en un archivo de los que ya no están. Un perfil puede permanecer abierto años y años, convertido en cápsula del tiempo, en lugar de memoria colectiva donde cada cual aporta su granito de arena.
Facebook incluso ofrece la opción de transformar una cuenta en conmemorativa, pero no siempre se hace. En muchos casos, como el de mi amiga, el perfil sigue intacto, igual que el último día que ella lo usó. Y ese espacio se llena cada año de felicitaciones que parecen llegar a un buzón sin destinatario.
Una lección sobre la memoria y el olvido
No puedo negar que me dio un vuelco el corazón. Porque, más allá de la tristeza, había también una enseñanza. A menudo añadimos contactos en las redes sin llegar a conocerlos de verdad, sin saber mucho de sus vidas una vez que se alejan de la nuestra. Y cuando fallecen, seguimos recibiendo recordatorios como si nada hubiera cambiado.
Ese cumpleaños me ha hecho pensar lo que significa la memoria en estos tiempos. Recordar a alguien ya no es solo tenerlo presente en nuestra mente, sino también enfrentarnos a su rastro en Internet: fotos, publicaciones, comentarios… Todo eso queda ahí, flotando, esperando a que alguien lo descubra o lo recuerde.
Quizás por eso no me molesta que Facebook me lo recuerde cada año. Al contrario, lo veo como un pequeño homenaje, un instante en el que su nombre vuelve a aparecer en mi pantalla y me obliga a detenerme y pensar en ella. Puede que otros lo hagan sin saber que ya no está, pero, de algún modo, también contribuyen a mantener vivo su recuerdo.
La notificación de hoy no ha sido solo un aviso más , sino la constatación de que, incluso en un entorno tan frío y automático como una red social, hay espacio para la memoria y la emoción. Y de que, aunque mi amiga murió hace doce años, su presencia sigue encendida, cada año, en la pantalla de quienes alguna vez compartimos un trozo de vida con ella.