Amo los árboles añosos y vetustos, inmensos y seculares, esos grandes brazos extendidos en medio de la noche, los gigantes silenciosos, los árboles-minumentos, llámenlos como quieran. Soy un cultor de todo lo exagerado, de todo lo desproporcionado: los altos rascacielos, las pinturas inabarcables y los libros imposibles, por no hablar de las señoras generosas y de los platos abundantes (o tal vez sean las señoras abundantes y los platos generosos) que sirven en los bodegones de Buenos Aires. De algún modo era inevitable que encontrara a Simenon y me enamorase de él. Porque Simenon es exagerado.
El combate cuerpo a cuerpo con su obra puede resultar extenuante, pero al final (qué digo al final, ya en mitad del recorrido) se comprende aquella famosa respuesta de William Faulkner a la pregunt