Padre Eduardo Hayen.- El fin de semana pasado pude entrar en una tierra sagrada llamada “El viñedo de Raquel”. “Sagrada”, así la califico, porque el dolor humano siempre me ha parecido una realidad llena de misterio que nos hace, de alguna manera, tocar a Dios. El sufrimiento, enseña san Juan Pablo II, es un mundo al que entramos con frecuencia y que después pasa, o bien no pasa y se instala en nosotros haciéndose cada vez más profundo (Salvifici Doloris, 8). El viñedo de Raquel no es un campo donde se cultiva la vid para obtener el vino; es una tierra espiritual donde se comparte el inmenso dolor que lacera las almas por la pérdida de los hijos muertos por causa del aborto.
Al viñedo entré de puntitas y sin hacer ruido. Doce personas –mujeres en su mayoría– que tuvieron la trágica exper