Pareciera que, en estos tiempos, la ciudadanía está enviando un mensaje claro a la dirigencia política: el voto ya no se entrega con facilidad a quienes hacen de la soberbia y la agresividad su marca personal. La sociedad empieza a mostrar señales de hartazgo frente a los discursos altisonantes, cargados de descalificaciones, como si el grito y la prepotencia fueran sinónimos de liderazgo.

Durante años, ciertos sectores se convencieron de que la gente aplaudía esa postura desafiante, como si mostrarse infalibles y dueños absolutos de la verdad fuera un atributo deseable. Sin embargo, la realidad comienza a mostrar otra cara: la ciudadanía, cada vez más exigente, parece valorar más la serenidad, la capacidad de diálogo, la construcción de consensos y la disposición a escuchar, antes que la

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