




LAHAINA, Hawai (AP) — Mia Palacio sintió que perdió una parte de sí misma cuando los incendios forestales destruyeron Lahaina, su ciudad natal.
Se aisló de sus seres queridos tras el desastre de 2023 mientras luchaba por procesar su dolor, a menudo enojada porque su familia no tenía un lugar permanente donde vivir y porque muchos otros no pudieron salir.
Tras cambiar de preparatorias, nunca se sintió bienvenida, dijo Palacio, y el dolor sólo se incrementó con el paso del tiempo. Finalmente, cerca del primer aniversario de los incendios, Palacio pidió ayuda.
Cientos de estudiantes como Palacio han tenido dificultades mentales desde los incendios forestales, pero no todos han recibido la ayuda que necesitan.
El Departamento de Educación de Hawai estima que más de un tercio de los estudiantes de Maui perdieron a un familiar, sufrieron alguna lesión grave o uno de sus padres se quedó sin trabajo tras los incendios, que cobraron la vida de 102 personas y dañaron más de 3.300 propiedades en Lahaina.
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The Associated Press colabora con Honolulu Civil Beat, CalMatters, Blue Ridge Public Radio y el Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico para examinar cómo las comunidades escolares se recuperan de la disrupción que causan los desastres naturales.
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Dos años después, muchos en Lahaina están listos para volver a la normalidad. Pero los terapeutas afirman que las dificultades de los estudiantes en materia de salud mental no dejan de aumentar.
Eso es común después de un desastre, especialmente al cumplirse su segundo aniversario, cuando la adrenalina desaparece y el estrés se mantiene elevado, dijo Christopher Knightsbridge, uno de varios investigadores de la Universidad de Hawai que ha estudiado el bienestar de los supervivientes del incendio de Lahaina. Si bien los niños pueden sentir una especie de vacío o insensibilidad inmediatamente después un desastre, tras dos años enfrentan el impacto de la incertidumbre constante y el cambio, refirió.
Es un fenómeno que se observa en todos los lugares donde ha ocurrido disrupción en la educación debido a desastres naturales, como lo muestran informes de Honolulu Civil Beat, The Associated Press y varios otros medios de comunicación. No obstante, un par de años después del desastre, las escuelas no siempre están preparadas con apoyo adicional para atender la salud mental.
La isla de Maui enfrenta una escasez constante de especialistas. En los últimos años, el número de psiquiatras que atienden a jóvenes se ha reducido de cuatro a dos, a pesar de que la demanda ha aumentado.
“La crisis no ha terminado”, agregó Knightsbridge.
Palacio logró progresar con la ayuda de un consejero escolar y posteriormente de una organización local que apoya la salud mental de los adolescentes mediante actividades y aventuras al aire libre.
Esta estudiante de último año de la escuela secundaria Lahainaluna dijo que ahora se siente más cómoda confiando en los demás y controlando sus emociones. Se enorgullece de ser mentora de estudiantes más jóvenes que también batallan desde los incendios.
A dos años, muchos niños aún luchan contra la depresión y la ansiedad.
DayJahiah Valdivia, estudiante de último año de la escuela Kīhei Charter, confiesa que sus niveles de estrés se disparan cuando hay vientos fuertes o pequeños incendios forestales. Valdivia vive en la zona rural de Maui, que también sufrió incendios forestales que quemaron más de 404 hectáreas (1.000 acres) el mismo día que los incendios de Lahaina de 2023. Su casa se salvó, pero su familia tardó meses en poder regresar porque su propiedad estaba cubierta de hollín y necesitaba una limpieza profesional.
Se siente menos ansiosa ahora que sus familiares han discutido su plan de escape en caso de desastres futuros. Pero un incendio de verano cerca de la casa de un amigo en el centro de Maui reavivó sus temores por la seguridad de sus seres queridos.
“La ansiedad nunca desapareció del todo”, expresó. En los días ventosos, era especialmente difícil concentrarse en clase o sentirse segura.
En un estudio de la Universidad de Hawai sobre sobrevivientes de incendios, realizado en 2024, poco más de la mitad de los niños reportaron síntomas de depresión y el 30% probablemente enfrentaba un trastorno de ansiedad. Casi la mitad de los niños del estudio, de entre 10 y 17 años, sufrían de trastorno por estrés postraumático.
Los niños de pueblos devastados por desastres en todo Estados Unidos se identifican con esa situación.
En Paradise, California, donde el incendio forestal Camp Fire de 2018 cobró 85 vidas, un período prolongado de desilusión siguió a lo que algunos llamaron la “fase del héroe” —cuando la comunidad se unió y se comprometió a resucitar su pueblo.
Tanto Lahaina como Paradise enfrentaron escasez de viviendas tras los incendios, por lo que las familias tuvieron que mudarse o vivir con amigos para estudiar o trabajar en la zona. En general, los estudiantes que no tienen una vivienda permanente tienden a tener más dificultades académicas y problemas de conducta, como muestran las investigaciones.
Muchos estudiantes de Paradise aún luchan contra la ansiedad y el duelo a siete años del desastre, lo que les dificulta participar plenamente en la escuela. Un año después del incendio forestal Camp Fire, el 17% de los estudiantes no tenía casa y la tasa de suspensiones disciplinarias fue del 7,4%, en comparación con el 2,5% a nivel estatal. La tasa de suspensiones disciplinarias se mantuvo en casi el triple del promedio estatal el año pasado, y más del 26% de los estudiantes faltó a clases de manera crónica.
Aryah Berkowitz, quien perdió su casa, dos perros y el negocio de su familia en el incendio forestal de Paradise, lidió con problemas de comportamiento persistentes después del desastre. Durante casi un año, su familia de siete miembros, además de un par de perros cruza de pitbull y labrador que sobrevivieron, vivieron con un amigo en la cercana Chico, donde compartían dos dormitorios y un baño. Ella, quien entonces cursaba sexto grado, dormía en el sofá.
“Tenía que ayudar mucho a mi familia y no podía manejar eso”, dijo Berkowitz, quien en su momento fue una estudiante destacada y fue suspendida disciplinariamente dos veces después del incendio. “Me lo guardaba y me desquitaba con los demás. Algunos días simplemente me iba de clase”.
De vuelta en Maui, muchos estudiantes también se desconectaron de la escuela.
En una encuesta estatal realizada a estudiantes de Maui durante el primer año después de los incendios, aproximadamente la mitad de los niños respondieron que tenían problemas para concentrarse en clase o que se sentían alterados cuando se les recordaban los incendios forestales.
Algunos han mostrado dificultades para retener el material académico o simplemente han dejado de asistir a clases presenciales por tener que alternar entre habitaciones de hotel y alojamiento temporal, reportó Jarrett Chapin, profesor de la preparatoria Lahainaluna. Algunos optaron por las clases en línea debido a que sus familias enfrentaban una inestabilidad continua.
“Simplemente como que desaparecieron”, dijo Chapin.
Maui ha lidiado desde hace mucho tiempo con desafíos referentes a la fuerza laboral médica. Incluso antes de los incendios, ya enfrentaba una escasez de profesionales de salud mental debido al alto costo de vida y la escasez de vivienda en el estado.
Los incendios provocaron síndrome de desgaste profesional o “burnout” y mayores obstáculos económicos, lo que exacerbó el problema. Desde entonces, el departamento de educación de Hawai ha intentado reforzar al personal de salud mental de Maui al traer a especialistas de islas vecinas y la zona continental de Estados Unidos, y, más recientemente, mediante una subvención federal de 2 millones de dólares para apoyar a los estudiantes.
No obstante, contratar personal de salud mental ha sido tan difícil que ni siquiera el dinero federal ha tenido un impacto significativo. Durante los primeros nueve meses de la subvención, el departamento de educación estatal utilizó el dinero principalmente para transportar en autobuses a estudiantes que se vieron desplazados a otras partes de la isla a las escuelas de Lahaina.
El estado ha utilizado el dinero para contratar a cinco profesionales de la salud mental a tiempo parcial que trabajan con los estudiantes y el personal, incluido un especialista que trabaja por las tardes con estudiantes que viven en el campus de Lahaina, dijo Kimberly Lessard, especialista distrital del Departamento de Educación.
Dos de las seis plazas de especialista en salud conductual en las escuelas de Lahaina permanecían vacantes este verano, como lo han estado desde hace años debido a la escasez de viviendas en Maui y al alto costo de la vida allí, agregó Lessard.
Valdivia, quien aún sufre de ansiedad a causa de los incendios en la zona rural de las laderas de Maui, ha experimentado directamente el impacto de la escasez de profesionales. Está en una lista de espera de dos a tres meses para ver a un psiquiatra en Maui, y tiene sesiones a distancia —por telemedicina— con un terapeuta en O’ahu porque no hay suficientes profesionales que puedan atenderla en persona.
“Incluso sólo para ser evaluada (por un psiquiatra), toma meses, literalmente”, enfatizó. “Simplemente me parece que eso es una locura”.
Es común que las comunidades afectadas por desastres naturales sufran escasez de personal especializado en temas psicológicos, a menudo debido al síndrome de desgaste profesional y a la falta de recursos.
En Puerto Rico, que ha sufrido una serie de desastres desde el huracán María, en 2017, los estudiantes han experimentado altas tasas de ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático.
Sin embargo, a pesar de la legislación de 2000 para crear más plazas de psicólogos escolares, no fue sino hasta la pandemia de COVID-19 cuando el Departamento de Educación del estado libre asociado destinó dinero para contratarlos. Actualmente existen 58 vacantes en las 870 escuelas del archipiélago.
Los psicólogos escolares “no se dan abasto”, dijo Nellie Zambrana, profesora de psicología clínica en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Quienes trabajan están sobresaturados, según un estudio del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la universidad. A un psicólogo, encontró el estudio, se le asignaron más de 100 estudiantes en tres escuelas.
Loren Lapow no se dejó intimidar por las nubes de tormenta que se formaron una tarde de junio sobre la playa D.T. Fleming, en Maui. El trabajador social ayudó a los adolescentes a cargar una tabla inflable de paddle surf hasta la orilla y los animó mientras nadaban.
En medio de la diversión, Lapow guió a los adolescentes a reflexionar sobre sus miedos y pérdidas. Les preguntó cómo se sentían al oler humo o al pensar en la histórica calle Front Street, el corazón turístico y comercial de Lahaina —la mayor parte de la cual fue destruida por el incendio.
“Los lugares son como amigos para nosotros”, dijo Lapow. “Cuando pierdes lugares, duele”.
Lapow fundó el “Maui Hero Project” (Proyecto Héroe de Maui), que su sitio web describe como “servicios de consejería psicológica mediante actividades de aventura”. El programa de ocho semanas enseña a los adolescentes habilidades básicas de preparación para desastres, y los sumerge en actividades al aire libre. También es una forma de apoyo para la salud mental.
El enfoque de Lapow se ha convertido en una estrategia común entre organizaciones sin fines de lucro y terapeutas que intentan alcanzar a chicos que se han resistido a hablar sobre su salud mental desde los incendios. Sin embargo, estos esfuerzos no siempre llegan a los niños que más ayuda necesitan.
Existe un fuerte estigma en torno a buscar servicios de salud mental, especialmente en las comunidades filipinas y latinas que constituyen una gran parte de la población de Lahaina, dijo Ruben Juarez, el profesor de la Universidad de Hawai que dirigió el estudio de investigación sobre los sobrevivientes de los incendios.
Las familias pueden considerar la terapia como una señal de debilidad, y los niños pueden ser reacios a abrirse a los terapeutas por miedo a ser juzgados o escudriñados, agregó.
Sin embargo, en el estudio, los adolescentes latinos reportaron las tasas más altas de síntomas graves de depresión y trastorno por estrés postraumático. Los adolescentes filipinos reportaron algunas de las tasas más altas de ansiedad.
El estado espera que los estudiantes que tienen dificultades se abran a sus compañeros. Un nuevo programa llamado “YouthLine” (Línea Juvenil) capacitará a adolescentes hawaianos para responder a llamadas de crisis, explicó Keli Acquaro, quien supervisa la salud mental juvenil del estado.
Keakealani Cashman, quien se graduó de las Escuelas Kamehameha de Maui, en 2024, espera ser parte de la solución del estado para brindar más apoyo en salud mental a la próxima generación de niños.
Tras perder su hogar en los incendios, Cashman dedicó su último año de secundaria a conversar con profesionales nativos hawaianos e investigar cómo los valores culturales —como la conexión con la tierra y sus antepasados— podían ayudar a su comunidad a recuperarse del trauma de los incendios. El proyecto contribuyó a que su propia salud mental mejorara, reportó Cashman, quien se reunía regularmente con el especialista en salud conductual de su escuela.
Ahora, Cashman inicia su segundo año en la Universidad Brigham Young de Hawai y espera trabajar como especialista en salud conductual en escuelas de inmersión en lengua hawaiana.
“Esta cosa horrible, horrible nos pasó a mí y a mi familia, pero no tengo por qué dejar que arruine el resto de mi vida”, dijo Cashman. “Realmente puedo ayudar a mi familia y a mi comunidad en la escuela, y simplemente generar un impacto con lo que sé hacer”.
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