El saqueo institucional en que andamos es la parte visible de un proceso más complejo. La representación, hasta no hace mucho, fundamento indiscutible del sistema político, está cediendo su lugar a una versión ruda y muy descarnada de gestión de intereses privados. No es, por cierto, que los intereses privados sean una novedad. Lo que ocurre es que están pasando a ocupar un espacio que no les corresponde; un espacio que está quedando liberado de toda carga y contrapeso; uno que está adoptando un cariz sumamente agresivo. Y esto constituye bastante más que solo un problema.
El proceso en el que estamos tiende a convertir al Estado en un compuesto basado en el tráfico de influencias. La exhibición de relaciones, si no detenemos esto, puede terminar estableciéndose como factor de competencia