Nos educaron para creer que la felicidad se mide en centímetros, en tallas, en números que supuestamente abren la puerta secreta de la pertenencia.
Nos enseñaron que debemos encajar en la ropa, no que la ropa está hecha para adaptarse a nosotros; que si eres ocho, vales más que si eres doce; que si entras sin esfuerzo en un pantalón ajustado, entonces estás lista para enfrentar el mundo, como si el botón de la pretina fuera el garante de tu éxito social y emocional.
Yo me lo creí, lo viví, lo padecí. Pasé por esa adolescencia en la que la anorexia me tomó de los cabellos, literalmente me iba quedando calva, y me arrastró a un vacío del que salí, sí, pero con huellas que se quedaron tatuadas para siempre. Nadie quiere vivir eso, créanme.
Nadie quiere sentir que se va consumiendo para enc