Ganamos el mundial del pan con chicharrón, pero en los asuntos más importantes nos vamos a la baja. Dejamos que Machu Picchu, la joya de nuestra identidad y motor de nuestra economía turística, se desplome ante la indiferencia de quienes deberían cuidarla. La paradoja es grotesca: campeones en la cocina, pero incapaces de proteger una de las siete maravillas del mundo. Y no es que no se haya advertido; los expertos lo dijeron una y otra vez, pero el Gobierno prefirió mirar hacia otro lado, como si el santuario se sostuviera solo por inercia.

Hoy estamos a punto de perder un título que no se gana en concursos virales, sino en base a gestión, respeto y visión de largo plazo. Lo que tenemos, en cambio, es desorden en el transporte, mafias en la venta de boletos, conflictos que se repiten sin

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