2015 despegó como un año cualquiera para Don Francisco. Con una agenda a la altura de una de las personalidades televisivas más reconocidas del mundo hispano en Estados Unidos: una invitación de Michelle Obama -entonces primera dama de esa nación- para conocer un programa de acceso a la educación para inmigrantes; un encuentro con estudiantes de leyes en una universidad de Washington; y otra invitación del mismo Papa Francisco a moderar un congreso en El Vaticano.
Pese a un calendario que despuntaba pura vigencia, algo lo inquietaba. Quizás una consecuencia de que para ese último Año Nuevo no había realizado una de sus cábalas de toda la vida, la que le permitía caminar sobre seguro en la temporada siguiente: anotar en un papel sus metas y proyectos y guardarlo en la misma billetera fiel