“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.— George Orwell

Vivimos tiempos curiosos, en donde se ha perfeccionado el arte de dejar de nombrar las cosas para no incomodar, prácticamente hemos construido un consenso lejos de ideas compartidas, sino más bien sobre silencios pactados y aunque la comunicación abunda, el respeto no se mide por la sensibilidad del oyente, sino por ser políticamente correcto ante la realidad.

Estas líneas no son una apología del insulto ni un ataque a la cortesía, son una defensa de la lucidez, del coraje de decir lo que se piensa frente a la comodidad de callar, de ninguna manera se propone la grosería, sino la utilización de un bisturí preciso de quien se niega a llamar al fuego “energía térmica no controlada” mientras arde un edificio.

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