Con más nervios e incertidumbre que otros años. Así llegó el alumnado que finalizó segundo de Bachillerato este año a la selectividad, rebautizada ahora, como antaño, prueba de acceso a la universidad (PAU). El nombre no era lo único que cambiaba: también lo hacía la filosofía del test y el formato. Acostumbrados a unos exámenes que les daban todas las opciones posibles a partir de la irrupción del covid, este año tocó estudiarse el temario entero y además afrontar la introducción, por ahora reducida a una pregunta, de un enfoque competencial, en el que prima la capacidad para demostrar lo que se sabe a dejar constancia de lo memorizado. Aunque el resultado, si se mide en porcentaje de alumnado que superó el trance en la convocatoria ordinaria, no erosionó demasiado las trayectorias de los

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