Quizás él pudo enseñarte mucho más que la genuflexión que exiges y el autoritarismo que exhibes como mascarón de proa; condiciones con las cuales ahora haces alardes y ostentaciones.

Te pregunto: ¿por qué el maltrato injusto e inmerecido que le das a mi maestro?

Aunque jamás hayas tenido la mínima preocupación por estudiar y formarte, tu ruindad de espíritu y las nulas ganas de superarte no se las puedes atribuir o endosar a mi maestro; por cuanto, siempre hemos visto al educador – a pesar de los oscuros nubarrones– como ductor de generaciones; por encima de constreñimientos en su vida personal y vicisitudes asfixiantes, que se le tornan a veces difíciles de resolver; todavía así, encara el mal tiempo y extiende su amorosidad en el proceso inacabable de transmitir sus conocimientos

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