La pompa, el boato, las fanfarrias que rodean cualquier ceremonia de la corona británica, es un invento moderno de márquetin para entretener al pueblo y forjar un vínculo con él. Ese fue el propósito a principios del siglo pasado en la corte de Eduardo VII , el heredero juerguista de la reina Victoria, que esperó casi tanto como el actual rey para relevar a su madre. Una idea brillante de relaciones públicas: que el pueblo vea a los reyes rodeados de boato, pasear la institución, después de unos años en que la monarca viuda, Victoria, estuvo de luto y desaparecida de actos públicos. La idea de que esos fastos con toda esa parafernalia de rito, uniformes y músicas son tan antiguos como la propia monarquía, que se remonta a más de mil años, es uno de los éxitos del invento. Igual que l

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