Pese a la separación de sus padres, Javier es un niño abierto de sonrisa fácil. Un chico «fenomenal» de 9 años, según una amiga íntima de su madre, quien está feliz porque acaba de encontrar trabajo en un supermercado cerca de su casa en Donostia. Son solo unas sustituciones, pero el sueldo le permitirá seguir volcada «para que no le falte de nada» a su pequeño, aunque tampoco a ella le sobra. Aquel último domingo de noviembre de 1999 al crío le toca pasarlo con su padre, que tampoco elude su responsabilidad paterna. Maite y Francisco Javier, que así se llaman los progenitores, tienen 31 y 32 años, mantienen una relación cordial y han priorizado que el divorcio no haga mella en el bienestar del chiquillo.
Sus planes se truncaron aquella tarde de otoño. Maite se ha vuelto a enamorar y ahor