Pu ede que, de momento, sólo sean indicios, pero son demasiadas las coincidencias que anuncian cambios de época. Cambios que los pesimistas –los que creen que esta vez la decadencia de occidente va en serio– ven muy negros, pero que, como nada está fatalmente previsto en el destino de los pueblos, quizás sean todavía enderezados de acuerdo con el ideario ético y político que prevalece aún en gran parte de los países occidentales. Desde luego, es perceptible que, cuando menos, se barrunta un cierto repliegue, un volver a encerrarse –con el peso de otra experiencia– en el propio entorno. No se trata de deducir que el ansia cosmopolita y el gusto por lo distante y exótico haya sido vano. Ha merecido la pena, e incluso cabe añadir que era más que necesario. Y gracias al conocimiento adquirido

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