Mi tía acaba de morir. Y yo apenas la vi hace dos días.

Cuando me dijeron que se había desmayado, intuí que la muerte estaba más cerca.

Era tan orgullosa con un carácter tan fuerte. No se dejaba comprar por unas monedas. Tenía que trabajar siempre, en la calle, con la mercancía en su manta, y era absurdo ganar 20 pesos en un día, bajo un sol que quemaba tanto la piel.

Amigos me decían que sentían compasión por ella. Y yo sólo decía: “pobre”. Pero para mis adentros me decía que no podía hacer nada. O sólo ofrecerle un agua. Esa agua de guayaba con mucho hielo que un día le preparé y le di en un día muy caluroso. Sólo me dijo “gracias; esta agua está muy insípida”. Y yo me quedé sorprendida. Sólo reí.

No puedo olvidar su manta tendida en el piso, siempre en el mismo lugar, con sus lentes

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