Cada 19 de septiembre, en el aniversario de los sismos de 1985 y de 2017 en Ciudad de México hay una sensación de urgencia, de emergencia.

En los últimos cinco años hicimos los simulacros tomándolos en serio, con algunas lágrimas y crisis nerviosas en algunos edificios incluso. Pero fue por esa tragedia que nos sacudió en 2017, irónicamente coincidente con el aniversario de los terremotos de 1985, cuando una generación ya había olvidado que era una catástrofe después de un sismo.

Después del sismo de 2017 nos volvimos a preocupar por las reglas de protección civil, por la seguridad de los edificios, por las rutas de evacuación de cada uno.

Por quiénes revisan las estructuras, por quiénes son responsables de todo. Pero hace poco, en este y en quizá en el simulacro del año pasado, la urge

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