El país atraviesa un nuevo ciclo de violencia que recuerda épocas oscuras, pero con actores y estrategias distintas. Atentados recientes en ciudades como Cali y Medellín, así como el asesinato de figuras políticas, evidencian un deterioro sostenido de la seguridad que preocupa tanto a las autoridades como a la ciudadanía.

A diferencia de los conflictos armados del pasado, las estructuras criminales actuales no buscan tomar el poder del Estado, sino controlar territorios estratégicos para el tráfico de drogas, la minería ilegal y otras economías ilícitas. La violencia, en este contexto, deja de ser una herramienta de lucha política y se convierte en un medio para sostener el poder económico y social en las regiones.

Los grupos armados han evolucionado: operan con mayor sofisticación, se c

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