La incontenible emoción de Ousmane Dembélé al recoger el Balón de Oro, «Santo Grial» para El Mosquito, estaba justificada. Después de años en los que se le consideraba un juguete roto por su vida desordenada y falta de empatía, el astro francés del PSG sabía que estaba ante la oportunidad de su vida después de un enorme esfuerzo de transformación. Reacio a presumir de sus actuaciones individuales, prefirió alabar el enorme trabajo de Luis Enrique, quien sin Kylian Mbappé eligió al exdelantero del Barça para cimentar la construcción de un verdadero equipo, capaz de levantar la primera Orejona de su historia.
Sabe Dembélé mejor que nadie que el técnico gijonés ha sido determinante para su crecimiento exponencial, clave para que el PSG conquistase por fin la Champions con la pizarra de Lucho