La ONU es uno de esos lugares donde se dicen unas cosas y se hacen otras. Como en las comidas de «Los Soprano». Dirigentes del mundo claman en unos discursos sonrojantes sobre las guerras que parecen sacados de las respuestas de las participantes en un concurso de Miss Universo. Mucha laca y mucho cardado, en esa lucha por ver quién merece el Nobel de la Paz, si Trump o Sánchez, mientras la tierra sigue desangrándose, como siempre. La ONU tiene la misma influencia que una comunidad de vecinos en la política de Madrid. Casi todos son viejas del visillo con tan buenas intenciones como nula capacidad para evitar que nos adentremos cada cierto tiempo en el corazón de las tinieblas. Se preguntan por Gaza, de la misma manera que en su día dieron vueltas al genocidio en Yugoslavia, ¿o no era geno

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