Todos creían que la casa estaba embrujada. No era un estudio reluciente de Los Ángeles, lleno de botoneras de colores y micrófonos. Era una mansión en Laurel Canyon, con paredes que crujían, “fantasmas” que gemían en los pasillos y un aire denso, cargado de sexo y locura. Allí, en 1991, cuatro músicos con problemas de adicciones y golpeados por una tragedia — Anthony Kiedis (voz), Flea (bajo), John Frusciante (guitarra) y Chad Smith (batería)— se encerraron con el productor Rick Rubin y salieron con un disco debajo del brazo que los salvó y al mismo tiempo les abrió las puertas del Olimpo del rock.

El 24 de septiembre de 1991, el mismo día que Nevermind, de Nirvana explotaba en las disquerías, los Red Hot Chili Peppers lanzaban Blood Sugar Sex Magik , un cóctel de funk,

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