En muchas organizaciones existe un fenómeno insidioso: las quejas, ese murmullo constante que se desliza por los pasillos, las salas de descanso y los chats grupales. Algunos justifican esos lamentos como válvula de escape pero, en realidad, actúan como un veneno lento capaz de corroer la moral y reducir la productividad.
Este eco tóxico rara vez llega a las altas esferas de la dirección, pero sus efectos son devastadores . No es exagerado llamarlo terrorismo emocional: quienes lo practican no colocan bombas, pero sí esparcen palabras cargadas de frustración que contaminan el ambiente laboral. Igual que los terroristas tradicionales, operan en la sombra, sembrando desconfianza y desmotivación entre compañeros.
El resultado es un entorno en el que la tensión es palpable y dond