El también director teatral, nacido y criado en un campo de refugiados, prepara una obra basada en experiencias reales para estrenar en el Teatro del Barrio (Madrid)

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Nabil Al-Raee mira a los ojos cuando habla sobre su teatro, frunce el ceño cuando sus palabras se dirigen a lo que verdaderamente ama y se ayuda del vuelo imprevisible de su mano derecha para explicar por qué la cultura puede ayudar a parar un genocidio. Nacido y criado en el campo de refugiados de Arroub, en Palestina, su próxima creación, una producción del Teatro del Barrio (Madrid), aproximará al público a un dolor particular, histórico y asimilado como un impulso hacia la lucha, que para Al-Raee nunca termina. La obra se titula Atrapado en la esperanza. Trapped in hope, y se podrá ver en el citado teatro a partir del 19 de noviembre.

La denominación de la obra no es baladí: “Quiero abrir la posibilidad a que la gente se imagine que tiene dos opciones. O bien estás atrapado en una esperanza vacía, que no lleva a ninguna parte, o estás atrapado con una esperanza que alimenta tu alma y tu corazón”, comienza a explicar el también actor que interpretará este espectáculo unipersonal dirigido por Miguel Oyarzun y Juan Ayala.

Al-Raee nació en un campo de refugiados y admite que creció “como un observador”. Sus interpretaciones así lo avalan, pues dirigió producciones como Suicide Note from PalesDne, Power Poison, UnDtled, The Power of NarraDve y The Siege. “Como artista, soy un investigador, y como investigador, he estado observando los diferentes periodos” que han golpeado Palestina, comenta. Eso le ha llevado a pensar, contra todo pronóstico, que su pueblo será libre antes de lo que pensaba: “La prueba de esto es que nuestro enemigo está asesinando a mi gente de la manera más cruel. Eso significa que han perdido posibilidades, que han perdido estrategias y que están inseguros. Tienen miedo, y puedo olerlo”, explica a sus 45 años.

Este actor de teatro y cine, dramaturgo, director y profesor de interpretación desnuda sus temores sobre el escenario. A partir de diversas historias personales, el relato de Atrapado en la esperanza. Trapped in hope aspira a que cada persona del público, como si de un espejo sobre las tablas se tratara, pueda llegar a saber quién es y dónde está. “Siempre quise saborear la idea de pertenencia”, dice.

Su impronta personal también llega a lo simbólico. Al-Raee habla de las naranjas, sobre todo las de Jaffa, como la esencia de las tierras que les fueron arrebatadas, un aspecto muy presente en su arte. “Las naranjas significaron y siguen significando mucho para nosotros. Hubo un tiempo en el que la gente intercambiaba 50 cajas llenas de ellas por un Mercedes. Son las mejores naranjas del planeta”, desarrolla desde la sala del Teatro del Barrio en la que actuará a partir de noviembre.

El teatro como camino para encontrarse

Sobre el poder de la cultura para derribar fronteras e ideas preconcebidas ha pensado mucho Al-Raee. “El arte es una bellísima plataforma para discutir”, sostiene. Sin embargo, al ser preguntado por esta cuestión, el integrante del Freedom Theatre habla sobre su niñez: “Mi supervivencia como niño fue a través del arte. No era un chaval muy social, así que encontré mi propio camino a través del arte, la forma de comunicarme con el mundo. Me escapaba para cantar y escribir poesía y, cuando crecí, estudié. Esto es lo que el arte ha hecho de mí”, se explaya.

Al-Raee sabe bien que el teatro puede ser el instrumento en el que encontrarse uno mismo. Sus alumnos del Freedom Theatre se embarcan así en un viaje de tres años. “No importa si acaban como actores. Quizá por el camino se dan cuenta de que quieren ser carpinteros, y así el camino habrá valido la pena. Solo si haces lo que te gusta podrás ayudar a la gente de la mejor manera posible”, precisa el director llegado desde Palestina.

Más allá de la cultura y el arte, el teatro se muestra crudo, en directo, tangible al público. Jamás existirá una representación milimétricamente igual a otra. En Atrapado en la esperanza. Trapped in hope, Al-Raee no da por supuesto el conocimiento del público sobre el contexto en el que se inserta la trama, pero sí considera que es una obra que podrá hacerle entender muchas cosas. “Todo lo que cuento está basado en una experiencia real, y creo que eso lleva a un lugar muy interesante al espectador, como que se crea un juego en su mente”, continúa.

En su día a día, el dramaturgo tiene muy presente quiénes son las personas con las que trabaja, cuáles son las circunstancias de la gente que le rodea. Cuando haces teatro en Palestina, no solo decides llegar y abrir la puerta y subirte a un escenario. “A veces, un compañero ha perdido a un ser querido, otras veces tienen familia que ha sido capturada de noche y llevada a la prisión tras una invasión ilegal al campamento”, ilustra. Por eso, antes de empezar a trabajar realizan siempre una serie de acciones a través de las que se aseguran que todo el equipo está preparado. Solo ahí es cuando abren la puerta y ocupan el escenario.

Dejar trabajar al dolor

Ya sobre el escenario, huyen de adaptaciones. Quieren hablar de lo que a ellos les pasa y traspasa, de lo que les sucede y conmueve. “Tenemos que hablar sobre el dolor, porque está ahí. No se va, es un continuo. Mientras hablamos está ocurriendo, pero el arte tiene la capacidad de abordar diferentes realidades, incluso las dolorosas”, precisa mientras mueve enérgicamente su mano derecha y lanza una mirada que siempre acompañada por su innata tez morena.

Transformar el dolor en rabia, y de ahí en algo hermoso es solo posible si se le deja llegar al interior de cada uno: “Mucha gente cierra la puerta al dolor. Eso es un error, porque el dolor viene a hacer un trabajo en ti, hay que dejarle que llegue hasta el corazón, la mente y el alma. Si empiezas a comprender cómo procesarlo, el dolor vendrá por un tiempo y se irá en un tiempo. Déjale trabajar, porque eso es lo que hacemos nosotros con el arte”, desarrolla Al-Raee como si sostuviera la memoria de su pueblo sobre sus brazos y enunciara la Historia a través de sus ojos.

Sobre la situación actual en Gaza y consciente de la responsabilidad que acarrea ser una figura como él en el mundo de la cultura, Al-Raee menciona la venganza como “un sentimiento humano” casi del que protegerse en una referencia velada al genocidio que comete Israel: “La venganza puede ser horrible. Muy fácilmente se pueden llegar a hacer cosas mucho más allá de las planteadas en un primer momento”. Sin embargo, él abraza esa herida para convertirla en cuidado. “Porque estoy herido tengo que cuidar más a los demás”, enfatiza.

En este sentido, el director palestino alaba las muestras de solidaridad por parte del mundo de la cultura a nivel mundial y opina que este reconocimiento puede ser muy valioso para la escena cultural palestina: “Mencionar Palestina en un proyecto era un gran problema, y ver a un actor palestino en una película era impensable. Todo lo que sucede ahora va a abrir un espacio al que mucha más gente se va a sumar hasta convertirlo en un movimiento”, desarrolla el mismo Al-Raee.

Mencionar Palestina en un proyecto era un gran problema, y ver a un actor palestino en una película era impensable. Todo lo que sucede ahora va a abrir un espacio al que mucha más gente se va a sumar hasta convertirlo en un movimiento

Atrapado en la esperanza. Trapped in hope viene a ocupar un lugar diferente desde el que mirar qué muros son necesarios derribar para acabar con los prejuicios que desde Occidente hacen que se persiga al diferente, al otro, al minoritario. “La obra permite que reflexionen por ellos mismos. No se trata de juzgar o de acusar a la gente, sino de que conozcan realmente qué significa ser un refugiado. Quiero que sepan que yo, de niño, corría, reía, construía mi propio mundo. Soñaba como cualquier niño, y quería ser actor. Ahora lo soy, y hago arte. Es importante que la gente vea que no solo somos víctimas”, determina.