Durante miles de años, la evolución de animales salvajes y domésticos siguió un compás común y ambos respondían a los mismos factores ambientales, como el clima o la alimentación disponible. Un ciervo y una cabra podían encoger o crecer en paralelo, reflejando cambios en la temperatura o en la abundancia de recursos. Sin embargo, este equilibrio se rompió hace apenas un milenio, en plena Edad Media, cuando la acción humana se convirtió en la fuerza evolutiva dominante.
Un estudio liderado por investigadores del Centro Nacional de Investigación científica de Francia (CNRS) y la Universidad de Montpellier, ha documentado cómo, desde la Edad Media, los animales domésticos se hicieron cada vez más grandes, mientras que sus parientes salvajes tendieron a encogerse. Para llegar a esta conclusió